Cuento de Navidad: La verdad sobre los calcetines de navidad
Cuando a German le dijeron que su tía abuela Basilia iría a pasar las navidades junto a ellos, en casa; se le arrugó la nariz. Como sin lugar a dudas se le hubiera arrugado a su padre, si le hubieran dicho que no vería la final de su deporte favorito. Y como también se le hubiera arrugado a su abuelo, si uno de sus cerdos no hubiera sido escogido como todos los años, para la feria provincial de ganado. Y es que cuando algo no les gustaba se les arrugaba la nariz.
Y por esto y no por otra cosa, su madre se dio cuenta de que a German no le hacía mucha gracia aquella visita.
-¡No pongas esa cara German!
-¿Qué cara?
-La misma que pone tu padre cuando le pido que me ayude a recoger las hojas secas caídas en el jardín, si hace viento.
-¡Ah… esa!
Tras aquellas palabras su madre le miró fijamente, y muy bajito tan bajito que casi le costó escucharlo, le dijo estas palabras…
-Cuando llegue ni una mala cara, se cariñoso con ella, que es muy mayor. Y a las personas mayores se les trata con cariño y respeto ¿entendiste?
Cuando su madre terminaba una frase con aquella pregunta… ¿entendiste? Tenías que entenderlo todo, incluso lo que no se había dicho, o no se sabía, o no te gustaba, o cien cosas más.
Así que German se preparó para todo aquello del… ¿entendiste? Y cuando llegó su tía abuela, la sonrió, la beso, incluso la tomó de la mano para que se acomodara en la mecedora que estaba frente a la chimenea.
-¡Que niño más bien educado!¡Que encanto!
Decía una y otra vez mientras él la atendía sin necesidad de que le pidiesen absolutamente nada.
Colgó su abrigo y la bufanda, la acompaño a la habitación cargando su pequeña bolsa de viaje, dejándola sobra la cama. Incluso le dejó unas pantuflas calentitas y nuevas, para que estuviera cómoda. Era normal que aquella anciana se deshiciera en elogios por su comportamiento.
Hasta que una vez allí sentada, miro el crepitar del fuego y pego una serie de chillidos ratoneros que casi le dejan sordo.
-¡Ayyyyy…..!¡Ay….! ¡Ayyyy…..!
German muy alarmado por aquello, pensando que ya había hecho algo mal, se acercó para calmarla.
-¿Tía que le sucede? No grite así
-¿Cómo quieres que no grite? Si estoy escandalizada… ¡quita eso de mi vista! ¡dios santo que peligro más grande!
Dijo señalando la chimenea, German miró fijamente en aquella dirección, y como no veía nada más peligroso que el fuego, se fue corriendo a por el extintor que había en la entrada para apagarlo.
Y cuando casi estaba a punto de sofocarlo, su tía abuela volvió a gritar…
-¡Que vas a hacer loco! ¡Ni se te ocurra apagar el fuego con el frio que hace!
-¿Entonces qué quiere?
-¡Quita los calcetines que están colgados de la repisa!
German sin entender muy bien porque aquellos calcetines eran tan peligrosos, los retiró, como no… arrugando nuevamente la nariz.
-¡No arrugues la nariz como lo hacia tu abuelo! Otra cosa… ¡no! pero en eso has salido igualito a mi hermano.
-Es que… ¡tía! Todos los años los cuelgo y nunca ha sucedido nada malo, por eso no entiendo porque son tan peligrosos
-¿Sabes cuál es la probabilidad de que un duende o un elfo se quede atrapados en ellos?
-¡No!
-Pues según mis últimos estudios, y estos son aproximados… ¡mucha!¡muy alta!¡demasiado grande diría yo!
-¿Pero porque se van a quedar atrapados en ellos?
-Porque son muy pequeños, cuando yo tenía tu edad pensaba que aquellas personas que colgaban aquellos enormes calcetines en las barandas de las chimeneas, eran egoístas, o peor aún aprovechados. Con los años entendí que no es por eso, que simplemente es una medida de seguridad. ¿Tienes algún calcetín más grande?
-¡No! es que mi pie aún es pequeño
-¡Menos mal que vengo preparada para todo! Acompáñame a la habitación, he traído mis calcetines de seguridad.
Así fue como German acompaño a su tía abuela Basilia a la habitación, para buscar aquellos calcetines de seguridad, y así fue como le contó la verdadera historia de los calcetines de navidad, o al menos la que ella sabía porque la sabía.
Los calcetines tienen que ser lo suficientemente grandes como para que un elfo o un duende no se queden ni atrapados ni enredados en ellos. Los calcetines no sirven para dejar regalos, son una especie de ascensor que utilizan estos pequeños seres mágicos para llegar a donde esta Papa Noel, o Santa Claus, o Santa como le llamáis ahora.
Al igual que Santa se cuela por las chimeneas, ellos salen de los calcetines, y son esos los que después llenan de chuches o bastoncillos. Esto lo hacen para que ningún otro elfo o duende que esta de servicio se confunda de chimenea.
-¡Como una señal de completo!
-¡Exacto! A veces he pensado que podrían haber pensado en llevarse los calcetines, pero luego… ¿qué harían con tanto calcetín?
-¡No lo sé!
-¡Yo tampoco!
Y de esta manera fue como German supo de porque había que colgar los calcetines de la chimenea, y si no se tenía fabricarla, o poner una pintada en cartón en una pared.
Cuento de Navidad por Estrella Montenegro