Castigar el mal comportamiento de nuestros hijos es una cuestión de disciplina que padres y adultos debemos decidir.
Decidir si debemos o no castigar a nuestro hijo, decidir cuándo aplicamos un determinado castigo o bien … ninguno. Nosotros somos quienes decidimos las normas de convivencia en casa y dónde están los límites de la conducta de nuestros hijos.
Castigar o no una conducta es una decisión que debemos valorar y pensar, ya que entre toda la gama de recursos educativos los castigos deberían estar en último lugar. Deberíamos castigar cuando la desobediencia es verdaderamente importante y todos los demás recursos nos han fallado.
Cuando aplicamos un determinado castigo debe ser porque nos han fallado todas las demás técnicas, así que probablemente deberíamos revisarlas y ver dónde nos hemos equivocado.
Antes de castigar cualquier mal comportamiento de nuestro hijo deberíamos haber:
- avisado,
- explicado,
- prohibido,
- persuadido,
- elogiado la conducta contraria, …
Pero quizás esto no nos ha funcionado. ¿Por qué? es algo que deberemos valorar. El castigo debería ser siempre el recurso de emergencia, el de última instancia y siempre algo momentáneo.
Debemos saber que el castigo usado con demasiada facilidad:
- acaba deteriorando nuestra relación afectiva con nuestros hijos,
- genera ansiedad y bloqueo emocional,
- puede incluso bloquear aprendizajes,
- se basa en una autoridad ejercida desde la coacción y el miedo,
- reduce la espontaneidad y la creatividad,
- provoca conductas de huida y de engaño,
- en los padres nos genera una especie de hábito y adicción, ya que cada vez hay que castigar más para que tenga efecto.