El estrés familiar es la sensación de incapacidad que se produce cuando lo que nos exige el entorno rebasa nuestras posibilidades de respuesta. Ciertos niveles de estrés pueden considerarse adecuados, ya que nos ayudan a afrontar las demandas habituales de nuestra vida. El problema surge cuando nos sentimos sobrepasados e incapaces de responder a los requerimientos y compromisos.
Las manifestaciones más frecuentes suelen ser:
– Tenemos la sensación de ir continuamente con el “acelerador a fondo” y aun así, no cumplimos todas las obligaciones.
– Tenemos la impresión de hacer todo muy rápido, de ir continuamente con prisa a todas partes y a pesar de ello llegar o terminar siempre fuera de tiempo.
– A pesar del cansancio y del esfuerzo, se quedan obligaciones importantes sin cumplir.
– Suele aumentar el nerviosismo, impaciencia y el grado de ansiedad.
– Al final, nos solemos sentir insatisfechos por lo que hacemos; hacemos muchas cosas, pero no las saboreamos.
Desgraciadamente es una situación muy extendida, también entre las familias, la sensación de estrés la percibe más del 80 % de los padres y madres. Además de las consecuencias que tiene en el propio bienestar psicológico, la impresión negativa de estrés influye en la educación de los hijos en dos aspectos: por un lado, enturbia el ambiente familiar y por otro, suele propiciar que se adopten pautas educativas inadecuadas. Afecta al ambiente familiar por las siguientes razones:
– Se tiene la sensación de desorganización: las cosas de la casa están sin hacer, hay desorden, olvidos importantes…
– Los gritos y los enfados son más frecuentes de lo habitual, se está más sensible y la chispa salta antes.
– Se toleran menos los fallos de los demás.
– Las expresiones de afecto son menores.
– No hay ni tiempo ni ganas de escuchar a los otros.
– Los niños suelen pasar tiempo al cuidado de otros cuidadores o familiares.
Por otro lado el estrés familiar propicia que se adopten pautas educativas inadecuadas por las siguientes razones:
– Se cede antes a las presiones y demandas de los hijos, aunque estas no sean convenientes, con tal de que nos dejen un rato tranquilo.
– Si los niños insisten, logran cambiar los “no” en “sí”.
– Las medidas se adoptan sin pensar, en momentos de enfado, suelen ser desproporcionadas y luego nos arrepentimos y las incumplimos.
– Se desesperan ante la lentitud y parsimonia de los hijos, por lo que los padres optan por hacer las cosas antes y mejor.
– Las expresiones de afecto y los elogios a las conductas positivas son menores.
– Se está más cansado, con menos paciencia y capacidad de aguante.
– Se está en peores condiciones de adoptar medidas y que se cumplan.
Seguro que muchas familias que nos leen se sienten identificadas con esta situación. En los próximos días, les propondremos algunas medidas para afrontarlo y para mejorar el ambiente familiar.
Autor: Jesús Jarque García.
estoy de acuerdo, no disfrutamos de nada en esa situació
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