Cuento infantil: El increible escondite de mi abuelo
Esta es la historia que le sucedió un buen día a Cesar; un niño como cualquier otro niño, de casi ocho años.
Cesar se puso a recordar allí mismo, en la cocina junto a su abuela. Para hacerlo se tuvo que sentar en aquella mesa redonda y antigua, coger el faldón y ponérselo por encima de las piernas.
La verdad era, que si hacía aquello se sentía más a gusto; porque aquello era como abrigarse a la antigua.
Debajo de la mesa estaba el infiernillo, sabía perfectamente que podría sentir aquel calorcito de inmediato, si se arropaba con aquel mantel enorme y grueso, que colgaba hasta llegar al suelo.
Luego apoyo los codos, se sujetó la cabeza y se volvió a preguntar ¿dónde se había metido su abuelo? Ya lo había buscado por toda la casa y allí no estaba. Incluso lo había buscado por fuera de ella, en el patio, en el garaje, en el porche, también buscó en el huerto y tampoco lo encontró.
Allí estaba él pensando y preocupándose mucho… muchísimo. Y no creáis que se preocupaba por que sí, y ya está. Lo hacía porque su abuela le había contestado como cien veces la misma pregunta.
‐¡Abuela!
‐¿Qué?
‐¿Dónde está el abuelo?
‐En casa
‐En casa no está, ya lo he buscado y no lo encuentro
‐¿Has buscado bien?
‐¡Sí!
‐Pues no lo has debido de hacer muy bien, porque está en casa y tú no lo encuentra
Tras lo cual su abuela se le quedaba mirando, para un instante después decirle…
‐¡Ve! Y… encuéntrale
Así que prefería sentarse y esperar, y todo esto mientras pensaba y se preocupaba, porque lo había buscado muy enserio y de verdad.
Su abuela nada más verle, supo que le preocupaba algo muchísimo. Porque le dio un beso en la cabeza y se sentó junto a él.
‐¿Qué te pasa?
‐¡Nada!
‐Que… ¿será? Que no te creo
‐¡No me pasa nada abuela!
‐¿Encontraste a tu abuelo?
‐¡No!
‐¿Le buscaste como te dije?
‐¡Sí!
‐Pero… ¿le has buscado en su escondite?
‐¿Qué escondite abuela?
¿Qué su abuelo tiene un escondite secreto y él no lo sabe? Eso sí que era toda una sorpresa; por eso abrió tanto la boca y los ojos, los abrió muchísimo porque eso sí que era asombroso; y no aquel juego de malabares que hizo aquel mago en el cumpleaños de su amigo Diego.
Debía de tener tal gesto en la cara, que su abuela le cogió de la mano, para luego tirar de él.
‐No pongas esa cara – Le dijo cuando ya habían dado los tres pasos que se necesitaban para salir de la cocina – Tu abuelo se pasa las horas… ¡allí! en su escondite secreto, claro que nunca lo había hecho si estabas tú en casa; así que si se piensa que no lo voy a delatar va… ¡listo!
Exclamo mientras recorrieron el pasillo hasta casi llegar al fondo, luego su abuela se paró; puso los brazos en jarra y le dijo…
‐¡Ahí lo tienes! – Y luego movió la cabeza de arriba abajo, varias veces.
‐Abuela… ¡Ahí no hay nada
Y la verdad es que no había nada, solo el hueco que quedaba entre las tres paredes del final del pasillo.
‐¡Claro que si… veras
Entonces… la abuela dio a una especie de interruptor, situado algo alto en la pared derecha. Tras lo cual, el suelo de madera comenzó a elevarse; primero solo se veía un hueco oscuro, pero cuando aquella trampilla secreta se abrió por completo, una luz se encendió de forma automática.
Unas escalerillas te llevaban a una especie de sótano, que ocupaba el suelo que tenía la casa. Había muchas cosas ahí, muebles viejos, cajas y más cajas. Pero al fondo existía una puerta hecha de tablones viejos; estos no se unían unos con otros por completo, y por las fisuras se colaba la luz.
Su abuela estuvo junto a él, hasta que le dijo en voz baja, que justo detrás de esa puerta estaba su abuelo. Pero que la abriera cuando ella ya estuviese arriba, y por todo el oro del mundo, que lo hiciera sin llamar antes.
No es porque Cesar tuviera casi ocho años, ni porque todo aquello fuese asombrosamente nuevo. Lo del miedo era porque no entendía muy bien lo que estaba pasando.
Por eso su abuela tuvo que insistirle desde arriba gesticulando exageradamente con las manos, mientras le decía bajito…
‐¡Vamos… vamos! ¿a qué esperas? ¡Abre de una vez por todas ¡vamos!
Agarró el picaporte y empujó. Su abuelo estaba rodeado de libros, y más libros. Su abuelo se escondía en una biblioteca. Quizás todos esos libros, eran libros secretos, quizás su abuelo era un agente encubierto, o un investigador, o un científico ¿Quién sabe?
Cesar pensaba todo esto, mientras veía como su abuelo buscaba algo en aquellas estanterías repletas de libros. Luego se escuchó el ruido que produjo la trampilla al cerrarse, y su abuelo se dio la vuelta.
‐¡Vaya! Por fin me has encontrado, has tardado unos cuantos años, pero al final lo has conseguido
Le dijo sin prestarle más atención, y siguió buscando
‐¿El que he encontrado abuelo?
‐¡Mi escondite secreto
‐Y… ¿qué escondes aquí
Nada más preguntarle esto, su abuelo se giró, le miró fijamente, le paso el brazo por el hombro, y muy bajito al oído le contestó…
‐¡Historias, secretos!
Así que cesar le pregunto de nuevo, pero ahora su pregunta se convirtió en un susurró…
‐¿Qué historias? ¿Qué secretos?
‐Aquí guardo historias reales, y secretos que esperan ser descubiertos, echa un vistazo, tú mismo te darás cuenta de lo que digo.
Cesar se acercó lo suficiente, para darse cuenta de que aquello eran simplemente libros.
‐¡Abuelo!
‐¿Qué?
‐Esto son solo libros
‐¡Schssssss! – le contestó poniéndose el dedo en la boca – No digas eso aquí, no les vayas a ofender
‐¡Ofender! ¿A quién?
‐ A los libros ¡a quien si no!
‐Todos los libros tienen algo que les hace especiales, y solo leyendo puedes encontrarlo.
Eso fue lo que le dijo su abuelo, luego buscó un título entre todos aquellos libros para dárselo a él. Era un libro viejo, y sus pastas estaban gastadas; Cesar leyó en alto…
‐Colmillo blanco por Jack London
‐Así es… siéntate y comienza a leer te vas a sorprender.
Y así fue como Cesar encontró eso que contienen los libros, y que solo leyéndolos se puede descubrir.
Cuento infantil por Estrella Montenegro