Cuento infantil: Edgar y Gael
Edgar siempre estuvo allí, incluso estaba antes de nacer él. No recordaba aquel rinconcito entre la mesilla y el armario sin su amigo Edgar.
Al principio simplemente se observaban, y cuando nadie les veía Edgar le guiñaba un ojo y le contaba historias increíbles. Incluso cuando aún no sabía hablar, pero ya gateaba le señalaba con sus manitas chicas, y su madre le preguntaba… ¿qué quieres Gael? Entonces estiraba y encogía los dedos de las manos para que Edgar viniera, y…¡venía! porque su madre se daba cuenta que lo que le estaba pidiendo su hijo, no era otra cosa que aquel enorme peluche de dragón.
Lo de llamarle Edgar fue cosa de los cuentos que todas las noches le narraban sus padres, porque él siempre quería que estuviese más cerca, tan cerca de él, que un buen día terminaron durmiendo en la misma cuna.
Aquella noche su padre le dijo…
-Gael tenemos que buscarle un nombre a tu dragón
-¡Sí!
Contestó porque ya sabía pronunciar algunas palabras como… mamá, papá, si, no, agua, el nene, entre otras, así que su padre comenzó a decir nombres…
-Ernesto!!!
-¡No!
-Rubén!!!
-¡No gusta!
-Edelmiro!!!
Y otros tantos más hasta que ya cansado pronuncio…
-Edgar!!!
-¡Sí…!
¡Por fin su padre había averiguado como se llamaba su dragón! Porque una cosa era que su padre quisiera ponerle un nombre, y otra muy diferente que no lo tuviera, y su amigo se llamaba Edgar desde hacía ya mucho tiempo. Puede que incluso más tiempo que años tenía Gael.
Ambos eran inseparables, tan inseparables que cuando había que bañar a su dragón en la lavadora, Gael se sentaba al lado para que no tuviese miedo y no se perdiese entre las vueltas del centrifugado.
Y así pasaron muchos meses, hasta que Gael se olvidó de Edgar, porque tenía muchos otros juguetes en su cuarto para entretenerse, juguetes de niño mayor.
Su dragón muy paciente le observaba desde aquel rincón que había entre la mesilla y el armario. Sin protestar, sin decir absolutamente nada, como el mejor de los amigos… sin quejarse para nada, aguardando pacientemente que en cualquier momento se acordara de él, y volviesen a jugar juntos.
Un día siendo Gael algo más mayor, su madre le propuso regalar alguno de sus juguetes a niños que no los tuvieran.
-¿Sabes qué vamos a hacer hoy?
Le dijo su madre mientras le untaba una rebanada conpate para merendar
-¡No sé!
-Pues vamos a hacer una caja con todos los juguetes que te sobren, con aquellos con los que ya no juegas, y se los vamos a regalar a los niños que no tengan ninguno… ¿qué te parece?
Al principio no lo entendió muy bien, pero en el colegio le habían enseñado a compartir, a no se egoísta, y eso sin duda alguna tenía que ver con aquello que había aprendido en clase. Así que no dudo en aceptar la proposición de su madre.
Al cabo de un rato cuando ya había merendado, hecho los deberes y colocado su cuarto, su madre apareció con una caja de cartón vacía.
– ¡Bien Gael! Vamos a llenar esta caja vacía de ilusiones ¿Qué juguetes vamos a dar?
Entonces su madre miró a Edgar, lo agarró y lo metió en la caja, pero Gael le dijo que no
– ¡No mamá… no! a Edgar no
– ¿Por qué?
– No ves que es muy grande y solamente él, ya la llena
– Tienes razón, llenémosla con otros juguetes
Metieron algunas pelotas de colores, con las que no jugaba y estaban prácticamente nuevas, unos rompecabezas que ya no le valían porque eran de bebes, unos patines que le estaban pequeños, lapiceros de colores que tenía repetidos porque en algunos cumpleaños le regalaban las cosas por duplicado, incluso por triplicado.
Cuando la caja estuvo bien llena, su madre volvió a coger a Edgar, pero Gael se lo quitó de las manos.
-¡A Edgar no…!
-¿No eres ya un poco mayorcito para peluches?
-Puede que sea mayorcito para peluches, pero no voy a regalar a Edgar, ese rincón sin él no sería el mismo ¿quién vigilará la puerta mientras yo duermo?
-No me digas que con lo mayor que ya eres, tienes miedo a la oscuridad… ¡que ya no eres un bebe!
-¡Edgar no…!
Decía mientras su madre intentaba arrebatárselo de las manos, dándole todo tipo de explicaciones.
-¡Tendrás más espacio en la habitación! ¡No eres un niño chico! De hecho… ¿Cuánto tiempo hace que ya no juegas con él?
Hasta que su madre comenzó a sofocarse, con aquel tira y afloja y se rindió
-¡Esta bien… está bien! Quédate con tu dragón, el día que estés preparado para que vaya en busca de un nuevo amigo lo liberaras.
Y puede que tuviese razón, pero aquella tarde volvieron a jugar a caballeros y castillos como cuando era más pequeño, y apenas podía llevarle de un lado al otro del cuarto.
Edgar supo que su amigo era Gael, y que él… era el amigo de Gael, al menos hasta que se hiciera lo suficientemente mayor y tuviera que buscar a otro niño, para vivir mil aventuras imaginadas.