Cuento infantil: El amigo invisible

Cuento infantil: El amigo invisible
¡Qué fatalidad ser hijo único! Capítulo II

Cuento infantilHe dejado pasar tantos días, que pienso que son los suficientes para continuar con mi investigación sin levantar ningún tipo de sospecha. Parece que ha vuelto todo a la normalidad; he tenido en cuenta las pautas rutinarias y cotidianas con las que mi madre muestra absoluta naturalidad en la relación que mantiene con migo. Ha vuelto a confiar en mí. Puntualizo… que he contando media docena de días desde que retomo su relación con el servicio directamente proporcional a (las madres cuando vuelven a casa, siempre se vienen meando), pauta aclaratoria de la tranquilidad de las madres, o por lo menos de la mía.

Debía de ser más avispado en esta investigación, y no dejarme poseer por ningún tipo de posterguéis nervioso; está claro que la apariencia tranquila y natural es primordial para emboscar a la víctima (madres).

Quedé nuevamente con Juan y su hermano Blas para concretar la táctica del “amigo invisible”. Blas que me sirve de muchísimo, ya que me advierte de los riesgos que tomo si me decanto por alguna idea que a priori me parece genial, pero que luego una vez analizada tiene más desventajas que ventajas, me dio los siguientes consejos.

 Para no levantar sospechas esperaría en casa, sobre todo debía estar asumido en mis estudios para forzar a la víctima “mi madre” a interrumpirme, una vez lo hiciera… he de hacerme el molesto, de esta forma preparo el terreno, si la víctima se siente culpable es más fácil que caiga en el cebo.

Y así paso… a las siete en punto, mi corazón palpitaba como hause en el mp 4, tum, tummmtummmtummm, consciente de mi capacidad depredadora, debía concentrarme y asumir mi postura de actor trágico, me había preparado para ello, lo habíamos ensayado muchas tardes, incluso Juan tomo la iniciativa de hacerse pasar por mama, por lo cual estaba más que preparado para interpretar mi papel.

 Aquí llega, y corre por el pasillo, soltando el bolso en el taquillón de la entrada, el abrigo en el sofá del salón, puerta que cierra, “la meada” = normalidad absoluta.

 -¡Buenas… hijo!

 Gritó desde el baño, respire y no conteste, esto era parte del plan, así que ella volvió a la carga.

 –   ¿Qué tal el día Alex? ¿Te has comido todo?

 Seguí callado mordiéndome la lengua, esto era primordial debía seguir el guión programado. Era estrictamente necesario, seguí mirando  los libros aparentemente concentrado, entonces sentí su aliento en mi nuca, yo no podía inmutarme, esto me lo advirtió Blas, “no solo ha de verte con los libros abiertos, si no que has de parecer el empollón del planeta”: Su respiración era tan afilada como sus ojos pegados en mi nuca.

–   Alejandro hijo.

Volvió a insistir, pero esta vez me susurro al oído, ahora parecía haber entrado en la trampa, pero debía estar más seguro, mucho más seguro, así que me hice el sordo.

-¡Hijo!, ¿te pasa algo?

Insistió apoyando su mano en mi hombro, y acercando el rostro a mi mejilla. Era el momento.

–   ¡Ay¡

Grite… debía parecer asustado, como si hubiera visto al mismo diablo.

–   Pero bueno no me haces ni caso, y encima gritas, ¿Qué haces?

–   No lo ves mamá, estoy estudiando, bueno estaba estudiando, ahora ya me has interrumpido.

Me hice el indignado, incluso puse cara de molesto, para algo tendrían que valer las simulaciones que realicé con Juan y Blas.

–   No me digas hijo… ¿deberás estabas tan concentrado?

Contestó con un tono suave… Cazada ¡bien! todo transcurría según lo previsto, me sentí seguro de mí mismo, por primera vez controlaba perfectamente la situación.

–   ¡Estaba! Tu… lo has dicho mama ¡estaba! porque ahora no lo estoy.

–   Bien, como lo siento hijo ¿qué tal todo? Contéstame ahora que ya te he interrumpido.

Perfecto, todo perfecto, todo se desarrollaba tal cual me había indicado Blas, yo era capaz de percibir su síndrome de culpa ¡por fin! estaba la víctima en la trampa, era el momento.

–   Todo bien mama, todo como a ti te gusta, he recogido mis cosas, me he comido todo, y ahora… ¡ya ves estudiando

–   Ya… ¡ya lo veo!

De repente su mirada cambio en un tris-tras, acaso aquello ¿era una fórmula de evasión?, se me acababa el tiempo, o esa impresión me daba, ahora o nunca pensé.

–   ¡mama!

–   ¿Qué?

–   Antes que se me olvide, tenemos lo del amigo invisible, me tienes que dar dinero.

–   ¡Ya!.. ¿estás seguro?

Que contrariedad, me dejo confuso, sus ojos me miraban fijamente, y la posición que mantenía mientras me miraba, esa posición que tanto miedo me da, esa que es similar a la del jarrón de la mesa del salón, mientras con el pie va dando golpecitos en el suelo, lo peor son sus manos sujetando la cadera, cuando mi madre se sujeta la cadera con las manos, no es porque le duelan los riñones, es porque se sujeta a ella misma antes de explotar por algún lado,  pero no debía perder los nervios, tenía que seguir con el plan.

–   ¡Pero como no voy a estar seguro mama!

Levante la voz dos puntos, los dos puntos del tono del ofendido, recurso práctico para distraer a la víctima. Pero nada, seguidamente golpeo con más frecuencia el pie en el suelo y su mirada se volvió helada, petrificadora, tanto que daba miedo.

–   ¡Alejandro! “grito”

–   ¿Qué mama?

–   ¿Estás seguro de lo que dices? No me mientes, no me estarás engañando nuevamente.

He de ganar… esta vez he de ganar, no puede ser tan lista como creo, en algún momento de mi vida he de tener el control, así que seguí con mi formula del ofendido.

–   ¡Pero mama!… para que te quiero engañar yo, no digas tonterías.

La pifie de nuevo señores, menudo golpe metió mi madre en la mesa al lado del libro, entonces me di cuenta, el libro estaba del revés, ¡Jo! Si es que no puedo ser más tonto.

–   Así que estudiando, y… ¿se estudia mejor no pudiendo leer lo que pone en el libro? ¿tú de que vas hijo? ¿en qué mundo vives? ¿Qué narices pretendes? Venga contesta.

Se me debió de poner esa cara, esa cara de plato hondo sopero, porque una vez más me cayó la del pulpo.

Seguidamente mi madre con su faceta de poli-investigador universal recogió su abrigo del sillón y el bolso de la entrada, desapareció por el pasillo, esto me daba solo unos segundos para reaccionar, la verdad es que eran pocos, pero algo me daba, he de negar la evidencia, lo he de hacer, no sabía muy bien cómo, pero tenía que hacerlo.

 Nuevamente en el salón con una libreta en la mano, me miro… sus rayos “x” eran absolutamente devastadores ¿cómo narices puedo yo competir contra tan feroz contrincante? esto no es una sesión de presing-cacht, esto es un episodio de “el último niño sobre la tierra”, su potente arma me estaba inmovilizando, no existía fórmula para tal ataque.

 Abrió la libreta buscando algo en ella, y sin apartar su mirada de mi ni un instante, quien dijo que las mujeres no pueden hacer dos cosas al mismo tiempo, he aquí la evidencia, mi madre era capaz de buscar no se el qué, y de tenerme petrificado, inmovilizado, acongojado, con mi cara de plato hondo, no me quedo otra que esperar acontecimientos.

Acontecimientos que fueron los siguientes, llamo a la madre de María, la madre de María investigo paralelamente lo del “amigo invisible”, si es chungo el poder de una madre ante una trampa, imagínate dos madres pensando, me temblaban hasta las uñas de los pies, solo podía hacer una cosa, y la hice, mientras ambas hablaban, yo seguía petrificado, ya no existía ningún tipo de escapatoria, sus rayos “x” me produjeron una inmovilización absoluta, así que me puse a rezar.

 Colgó el teléfono, se dirigió con frialdad hacia mí.

 -No quiero ni pensar en que andas metido.

Dijo en voz en grito mientras yo rezaba, y como yo no me escuchaba con sus voces, salieron de mi boca todas las palabras de aquella oración en alto.

 -“Padre nuestro que estas en los cielos…”

 Pero en vez de una amen, lo que clausuro mi oración, fue la colleja del siglo, que digo del siglo, de la era, pedazo de callejón me arrojo mi madre, en todos los años de mi existencia como persona no había recibido nada igual.

–   Tu estas tonto, o ¿qué?, y ahora te pones a rezar, ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿qué voy hacer contigo? te estoy perdiendo, me mientes y encima te pones a rezar, a ti… ¿no te habrán cogido en algún tipo de secta, o pandilla descerebrada? nada más venga tu padre a casa voy hablar con él, esto no se queda así, no lo dudes ¡ah! y te quedas sin paga… ¡por mentiroso!

Peor… peor no pudiera haber ido, no solo no conseguí el dinero, sino que además mis fondos de inversión habían mermado.

Cuento infantil de  Estrella Montenegro

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