Cuento de duendes: Andrea tiene duende

cuento de duendes

Andrea tiene duende, un cuento de duendes para leer en casa con tus hijos


Cuento de duendes: Andrea tiene duende

Todas las mañanas se levantaba sin avisar, era algo que hacía desde que nació. Aún siendo un bebe abría los ojos a la misma hora, y eso hacia tan solo desde unos pocos años.

Unos pocos años, porque eran los que tenia, cumpliría seis en primavera, pero ahora no estábamos en Marzo ni en Abril, hoy era Diciembre, y nevaba, como nevaba, los hacía a sacos por la ventana.

Qué manera de nevar, no había visto tanta nieve junta nunca, le parecía mágico, las ganas crecieron a una velocidad tan asombrosa como se acumulaba la nieve en el marco de la ventana.

Que ganas de hacer un súper muñeco de nieve, lo haría con nariz, y con ojos, siempre le ponía todos los detalles, y todo el cariño.

Papá y mamá seguían durmiendo, tranquilamente al abrigo de ese temporal.

Pensó que no estaría mal darles una sorpresa, ya era mayor, lo suficientemente mayor como para vestirse sola.

Andrea se vistió a conciencia, incluso con gorro, bufanda y guantes, porque aparte de ser lo mayor que tenía que ser para vestirse sola, sabía muy bien que ponerse para cada ocasión, Mama lehabía enseñado, y con el frio que hacía en la calle eran prendas completamente necesarias, y no solo las cogió para ella, sino para su muñeco también.

Y las botas… de agua, además las suyas eran rosas, rosa pastel, a juego con el gorro, las manoplas y la bufanda.

Despacito abrió la puerta, tuvo que subirse a la silla de la entrada, aun seguía puesto el cerrojo superior, Mama solo lo quitaba cuando se levanta, y claro esto aun no era posible, tenía que hacerlo sola ya era mayor, y no quería despertarlos.

Una vez abierta, sus ojos se abrieron tanto como la puerta de par en par, un paisaje completamente blanco, de Navidad, como en los cuentos que le regalaba su abuela llenos de duendes y hadas.

Cerró despacito la puerta para no despertar a sus padres. Y se quedó quietamirando como los copos bailaban en el aire, y cuando se cansaban de bailar terminaban en el suelo, en un árbol, o en sus manos.

No lo dudo y corrió, primeo hasta el árbol de enfrente, y luego de aquí para allá, la sensación que leproducía la nieve en los pies cuando la pisaba le daba risa, era muy gracioso pensaba, el crujido y ese ruidito de rechineo en el plástico de la bota, eran unas notitas musicales para sus pies.

¡Que divertido!-pensó, era súper divertido, correr y hacer música al mismo tiempo, de aquí para allá, corría riendo, jugando con aquella nieve blanca.

Fue entonces cuando Verde, arto de aquella escandalera le llamo la atención.

– ¡Basta! ¡Párate de una vez! me vas a pisar, y no encuentro el camino de regreso a mi casa, la nieve lo ha tapado, y necesito tranquilidad para encontrarlo.

Andrea se quedo quieta, miro aquí y allá, ¿Quién la gritaba con esa voz de pito?, era una voz chillona, como de dibujo animado. Como no vio a nadie, pensó que era alguna radio cercana reproduciendo algún cuento, y reanudo su carrera.

Pero Verde se enfado mucho más, tanto que le lanzo una contundente bola de nieve, además certera, acabo estallando en su espalda. Claro que con unas manos tan pequeñas, las bolas  también son pequeñas, como la voz,  Andrea apenas noto el impacto.

Que enfado se le estaba poniendo a Verde, venga a pisar aquí y allá, y el venga a sortear los pies de Andrea, que día más malo pensó, no solo había perdido el camino a casa, sino que encima iba a morir aplastado por una niña con botas rosas.

En una de aquellas carreras pudo agarrarse a la bufanda, que se había deslizado por la espalda por culpa de las carreras.

Y con audacia trepo y trepo, agarrándose con mucha fuerza por la espalda de Andrea, y claro otra cosa no, pero un duende entre otras características es un buen escalador, una vez llego a su hombro, volvió a replicarla, pero esta vez al oído,

-¡Niña eres una  inconsciente!, nadie te ha dicho que puedes pisar un duende, corriendo de esta manera cuando nieva.

Andrea se paró en seco y asustada ¿Quién la hablaba?, y además ahora lo escuchaba tan claro como si se lo estuvieran diciendo al oído. Miro a derechas, miro a izquierdas, atrás suyo, enfrente, pero nada, ella no veía a nadie.

– ¡Gracias! «dijo Verde», menos mal que  te estás quieta, no me vayas a tirar, que a estas alturas no me gustaría nada caerme.

Entonces Andrea se dio cuenta que tenía algo muy pequeño encima de su hombro, se asusto y tiro de la bufanda para deshacerse de aquella cosa, le pareció un ratón, y el susto no la dejo hacer otra cosa.

El pobre Verde salió volando agarrado a la bufanda cayendo sobre la nieve, sin tan siquiera rebotar en ella, el pobre se incrusto en la nieve con el golpetazo.

Andrea dio dos pasos hacia atrás con sus dos botas rosas,  Verde no se movía, con el golpe se quedo aturdido, al no moverse a Andrea le pareció un muñeco, eso pensó que era un muñeco de esos pequeños que ella tenia y se le había enganchado en la bufanda, se acercó  para recogerle y ver que muñeco era.

Pero cuando se acerco no podía creerlo, ese muñeco no era suyo, lo cogió con la bufanda, tenia enganchadas las manos entre la lana, así que despacito lo desengancho y se lo guardo en el bolsillo del abrigo.

Justo en aquel momento, su madre le llamo desde la puerta, ¡que lastima! -pensó, con tanta carrera no le dio tiempo para su muñeco de nieve, pero Mama la llamaba invitándola a tomar un cacao calentito, y la verdad… tenía hambre.

Entro a la carrera, dejo el abrigo en la silla de la entrada, la bufanda, el gorro, las manoplas y las botas rosas, se dirigió a la cocina, ¡que rico cacao caliente! además quedaba bizcocho de limón, ese bizcocho de la abuela que le gustaba tanto.

Su madre recogió todo  lo que Andrea dejo en la silla, las botas en su sitio, las manoplas y el gorro en su lugar, sacudió un poquito su abrigo, estaba lleno de nieve, y no lo iba a guardar así, en un bolsillo llevaba la bufanda y el gorro para el muñeco de nieve que quería hacer, y en el otro estaba Verde, aun aturdido por el golpe, los cogió y se los llevo a la habitación de Andrea.

Y la mañana transcurrió despacito, la nieve seguía cayendo más y más, y aunque ella deseaba como nada el mundo salir y hacer un muñeco de nieve, sus padres la dijeron que esperase al menos a que dejara de nevar.

Se marcho a su habitación, como se aburría quería pintar con esos colores tan especiales que le regalo su abuela, se sentó en la mesa de estudio, cogió papel, los colores, todo estaba perfecto para colorear un dibujo para regalar, en ese momento  se dio cuenta, Verde estaba de cualquier forma, así tirado sobre la mesa, la verdad es que parecía un muñeco de trapo.

Lo cogió para verlo mejor, la ropa parecía vieja y estaba muy bien hecho, hasta parecía feo de viejo que era, no tenía otra opción, si ese muñeco viejo iba a ser suyo, tenía que cambiarle esa ropa tan fea que llevaba.

Empezó por el abrigo, las botas, y cuando fue a quitarle el jersey, Verde recobro el conocimiento,  se puso a patalear para que Andrea le dejara en paz, además de proferir algunas palabras de indignación.

– ¡Jolín! para ya, voy a coger frio, no ves que está nevando

Dijo Verde a gritos, pero… Andrea en vez de asustarse se puso a reír, esa voz de dibujo animado, y lo feo que era, le parecía más chistoso que otra cosa.

Verde se estaba enfadando y mucho, pero mucho… mucho, tanto que su color de apariencia humana se empezó a trasformar en su color natural, que era el verde, por su puesto.

Andrea no paraba de reír, porque aparte de tener voz de dibujillo animado, y de  ser feo, pero feo… feo, se estaba volviendo verde, y esto le daba mucha risa.

Verde estaba verde de indignación, y cada vez más oscuro, porque es algo que le pasaba desde siempre, cuando se enfadaba se volvía verde, primero en un tono pastel, para acabar de verde pino si estaba muy enfadado.

Y así estuvieron unos minutos, ella riendo  y  él verde de indignación, pero poco a poco se fueron tranquilizando. Andrea dejo de reírse, pero Verde siguió verde, volver a su estado natural le costaba más que cambiar de tonalidad.

Verde se puso sus botas, su abrigo, se coloco la ropa, y Andrea ahora le miraba con mucha atención.

Verde se sacudió los hombros, y tiro de su cinturón.

– ¡Que niña más mala!

Dijo lleno de rabia, y Andrea se enfado, primero porque ella no era una niña mala, podría ser muchas cosas, pero no era una niña mala, y todos lo sabían, desde su abuela, a la panadera de la plaza, así que no dudo en contestarle.

– ¡Mentira! eso que dices es… ¡mentira! yo no soy una  niña mala

Verde se dio cuenta que ella se había enfadado, y le dio miedo, salió corriendo para esconderse, siempre le habían dicho que los niños eran peligrosos, en la carrera se percato que le faltaba el gorro, ¡Dios mío! le faltaba su gorro, y un duende sin gorro no es normal, además un duende como él, con la categoría que tenia, no podía marcharse y menos sin su gorro.

Paso unos minutos escondido, mientras Andrea le buscaba aquí y allá, pero  de todos es sabido que los duendes son especialistas en esconderse, solo se les encuentra si ellos quieren.

Andrea le llamaba despacito, muy bajito, para no asustarle, quería hablar con él.

– ! -Bichito ¡…!bichito¡…. ¿Donde estas?

Debajo de la cama, detrás del cofre de los juguetes, dentro del armario, detrás de las cortinas, Andrea investigó cada rincón de su cuarto, pero Verde se encontraba muy bien escondido y calentito, sí… señor en aquel bolsillo no le encontraría.

Claro que no era un bolsillo normal, era el bolsillo de su canguro Marcelino,  Verde aún no lo sabía pero Marcelino era el peluche preferido de Andrea, y su mejor escondite.

Marcelino no era cualquier  peluche de aquella habitación tan rosa, como las botas que casi le aplastan.

Marcelino era el único, el importantísimo amigo de Andrea, y esto era así también desde siempre, porque Andrea no recordaba estar un solo día de su vida sin Marcelino.

El le había acompañado a todos los sitios, allí donde durmiese, allí donde se fuese, Marcelino le  seguía.

Andrea ya no sabía dónde buscar,  una hora llamándole así en bajito para no asustarle, pero nada, su búsqueda era inútil, pobre Andrea se entristeció al no encontrarle, y cuando esta triste Marcelino la anima mucho.

No la quedaba otra, otra cosa que coger a Marcelino y abrazarse con penita, lo cogió por las orejas, se lo llevo a la cama, y le abrazo con mucha fuerza, cuando estaba triste lo abrazaba así… con fuerza.

Y  Verde dentro del bolsillo que Marcelino tenía en su barriga, menudo despropósito, sin saberlo Andrea espachurraba a Verde mientras abrazaba a Marcelino.

Pobre Verde, parecía que ese día le gustase o no, era el día de o te piso o te espachurro, que contrariedad, y ¡ahora qué!- pensó,  ¿Cómo salgo de este enredo?

Sólo tenía una salida,  salir de aquel bolsillo “espachurrador “de duendes, como pudo por una rendija saco la cabeza, se encontró con el brazo de Andrea que le impedía librarse de aquel perjuicio.

No dudo ni dos segundos, y la mordió.

-¡Ay!

Grito Andrea soltando a Marcelino de golpe. Y le vio dentro del bolsillo de Marcelino, Verde no podía salir algo le sujetaba en el interior.

Andrea muy rápido lanzo su mano sobre Verde para darle prisión, una vez lo tenía bien agarrado intento sacarlo, pero ella tampoco podía.

-¡Sal de Marcelino!  Los bichos verdes como tú… no le gustan.

Pero que insulto más inapropiado, le habían llamado muchas cosas a Verde, pero bicho. Eso nunca.

Que contrariedad mientras Verde sigua enfadado su tonalidad no cambiaria, y si no cambia tampoco puede hacer magia, mientras este verde de magia nada.

Esto le había pasado hace ya mucho tiempo, tanto que era del todo imposible saber el día y el año que le castigaron.

Si hubo una vez que Verde aunque se llamaba Verde, no cambiaba de color, lo del cambio de color fue un escarmiento  por usar su magia enfadado, y para que no lo volviese hacer la madre naturaleza le castigo, se pondría de color verde cuando se enfadase de verdad, y de esta forma su magia quedaría inservible hasta que recuperase su tonalidad normal.

Y allí estaba él dentro del bolsillo de un canguro de trapo, recibiendo la calificación de bicho, ¡que indignante! Así que protesto, como lo hizo Andrea antes.

-Yo no soy ningún bicho…¡te enteras! soy Verde el duende de los pinos, y no tienes ningún derecho a tenerme aquí retenido en este muñeco, así que suéltame, dame mi gorro y déjame en paz.

¡Qué bueno!- pensó Andrea, tenía un duende Marcelino en su bolsillo.

-¡Qué me sueltes! ¡Qué me sueltes!

Replicaba Verde a gritos, claro que los gritos de Verde ya sabemos cómo suenan, si… ya lo sabemos todos, a dibujitos animados, y también sabemos que a Andrea le da mucha risa escuchar a Verde con esa voz.

Andrea no pudo contenerse y de nuevo le dio la risa, y mientras ella se reía, Verde más verde por su puesto, era como un principio sin final.

Y así pasaron unos minutos, Andrea muerta de risa, y Verde más verde que el verdín.

Pero Andrea no era una niña mala, lo sabían todos, desde su abuela, hasta la panadera de la plaza, y vio que aquel pobre duende estaba desesperado por salir del bolsillo de Marcelino.

-Muy bien… yo te saco, pero antes prométeme que hablaras conmigo, es… que no he hablado nunca con un duende, solo se de vosotros lo que ponen en los cuentos.

Verde se dio unos segundos para pensarlo, pero fueron suficientes.

-¡Vale! yo hablo contigo y tú me sueltas y me devuelves mi gorro.

Parecía un buen trato, mejor dicho, Verde pensó que no tenía otra solución.

Andrea acerco a Marcelino a sus rodillas, y metió la mano en su bolsillo.

-Parece que te has enredado con los hilos que tiene Marcelino en su bolsillo, a veces cuando escondo algo aquí también se enreda, pero ya verás enseguida te libero.

Un par de minutos le fueron necesarios a Andrea para liberar a Verde del enredo que le retenía, lo saco despacio no quería hacerle daño, lo dejo encima de la cama.

Verde se sacudió de nuevo, y se quito lo hilos que aún le quedaban en las piernas.

-¡Gracias! me has liberado, te puedo conceder un deseo, piénsatelo mientras me buscas y me devuelves mi gorro.

-¿Tu gorro?

-¡Si!… mi gorro, no pretenderás que vuelva a la calle sin mi gorro, y con el frio que hace

-Púes lo siento, yo no sé dónde está tu gorro… no recuerdo verte con gorro.

-Púes lo tengo y lo llevo siempre, yo no soy nadie sin mi gorro.

Andrea se levanto de la cama y se puso a buscar el gorro de Verde, busco aquí, busco allá, pero nada el gorro de Verde no aparecía.

El tiempo paso muy rápido, tan rápido que ya era la hora de comer, y su madre llamaba para que fuese a lavarse las manos, y se sentase en la mesa.

Como ya sabemos que Andrea es una niña buena, porque lo es, y porque hace caso a todo lo que dicen sus padres, no tenía más remedio que dejar a Verde solo.

-Tengo que marcharme, tengo que comer, yo siempre obedezco a mi madre y a mi padre, tendrás que esperar a que termine para seguir buscando tu gorro.

Andrea abrió y cerró la puerta de su dormitorio, marcho al baño, se lavo las manos,  y fue a la cocina a comer con sus padres.

Mientras Verde buscaba su gorro por aquella habitación rosa, de aquí para allá, una búsqueda intensa, tan intensa que el cansancio se apodero de él, y termino por quedarse dormido sobre la almohada de Andrea.

Ni una palabra dijo Andrea en la mesa sobre lo que le había pasado con Verde, comió rápido sin rechistar nada de nada, aunque esto no era de extrañar, siempre se lo comía todo, aunque no le gustase.

Cuando terminó recogió su plato y su vaso, pidió permiso a sus padres y se marcho corriendo a su habitación, abrió la puerta despacito, y le vio allí dormidito, ahora ya no estaba verde, estaba dormido y su tonalidad había vuelto a la normalidad. ¡Pobre!- Pensó, es cierto que necesita un gorro, afuera hace mucho frío.

Otra cosa no pero vestiditos de muñecos tenía muchísimos, seguro encontraría un gorro para él, se puso manos a la obra sin pensárselo dos veces, pero en silencio no quería despertarle.

Una hora más tarde, encontró un gorro que le iría que ni pintado, de color verde, y con un par de retoques le estaría de muerte.

Era de fieltro, de un gnomo que ya no tenia, si le pegaba un adorno y lo limpiaba estaría como nuevo, lo limpio a conciencia, le pego una piedra que tenia de un anillo de princesa, era como un diamantito verde, pensó que le daría un toque muy chic.

La verdad era que le había quedado un gorro de lo más chulí, mientras Andrea le daba los últimos toques al gorro de Verde, él se despertó.

-Me he quedado dormido

Andrea le escucho a la primera, ahora ya reconocía al instante aquella vocecita de dibujo animado.

-¡Si! y has dormido una buena siesta, no he encontrado tu gorro, pero te he hecho este, espero que te guste

Verde no lo podía creer, era el gorro más bonito que jamás hubiera imaginado, el color era perfecto, y aquel cinturón negro con esa hebilla de cristal verde le parecía genial.

-Toma, pruébatelo

Verde cogió el gorro con mucho entusiasmo, y se lo puso en la cabeza, le estaba perfecto, Andrea pensó que tenía que verse en un espejo,  así que le abrió la mano para que se subiera en ella, y llevarle hasta el espejo que tenía en el tocador rosa de juguete.

Verde se colocaba el gorro mientras se miraba súper contento de felicidad, iba a ser la envidia de todos los duendes de los pinos.

-Muchas gracias, es el gorro más bonito que he tenido nunca, ¿lo has hecho tú?

-Algo así… ahora ya no pasaras frío

-¡Cierto! has pensado en tu deseo.

¡Si¡… Andrea había pensado en su deseo, y lo tenía muy claro.

-Si lo he pensado, pero antes me gustaría saber tu nombre.

-Tienes razón, lo mínimo que puedo hacer por ti, después del regalo que me has hecho, es decirte mi nombre, me llamo Verde.

Andrea sonrió, su sonrisa hizo reír a Verde, ahora reían juntos los dos, ahora Andrea tenía un amigo, y verde tenía una amiga.

-Bueno que me dices de tu deseo

-Mmmmm, deseo tener duende

¡Caspitas! pensó Verde, ahora ya no podría escapar, un deseo es un deseo, y este ya estaba concedido.

Y esta es la historia de cómo Andrea tiene duende,  pero Andrea y Verde han pasado muchas aventuras juntos, que quizás en otro momento os cuente.

Y Colorín Colorado esta historia se ha acabado.

                                   Fin….

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